Han pasado casi 2 días desde que el Papa Francisco aceptó la renuncia de tres obispos chilenos, quienes actualmente son indicados como culpables de encubrimiento o realización de delitos de carácter sexual. Uno de ellos es Gonzalo Duarte, quien fue obispo de la Diócesis de la región de Valparaíso entre los años 1998 y 2018, quien hoy está siendo acusado de realizar abusos sexuales, además de ser encubridor de un gran número de sacerdotes que cometieron abusos de índole sexual.
Este cura de apellido Duarte ha sido nombrado en variados testimonios de víctimas que fueron ignoradas o forzadas a callar cuando trataron de sacar los escabrosos a la luz. Uno de dichos relatos es el de Mauricio Pulgar, quien hace muy poco tiempo tomó la decisión de exteriorizar los horrores que vivió mientras estudiaba para convertirse en sacerdote y lo hizo en una entrevista para la BBC.
Desde muy pequeño, Pulgar se desempeñó como acólito en una pequeña parroquia de en una ciudad aledaña a Valparaíso. La iglesia se convirtió en su segunda familia y los sacerdotes en sus guías espirituales.
Durante el verano del año 1993, fue invitado a una jornada de retiro, a la que accedió sin dudas y con tan sólo 17 años fue golpeado por la oculta realidad instaurada en la iglesia, en donde una buena parte de los curas terminaron dándole la espalda.
Corría la primera noche cuando uno de los curas se quedó con el grupo de jóvenes, quienes aspiraban a convertirse en sacerdotes, y les ordenó quitarse la ropa y bañarse desnudos en una piscina que había en el recinto.
Aunque muchos se negaron al principio, el cura cuya identidad no ha sido revelada, les manifestó que si se negaban era porque tenían problemas sexuales, por lo que los jóvenes aceptaban. El cura entró a la piscina con ellos y mientras estaba alrededor, comenzó a tocarlos, asegurándoles que se trataba de una especie de terapia que los ayudaría a consolidar su confianza y autoestima.
“El padre ‘M’ comenzó a pasar entre nosotros. Nos tocaba y nos decía que esto era súper bueno, porque ayudaba a la confianza y a la autoestima. Fue traumático”.
Para los que no lo entienden, la palabra y la orden de un religioso responde a una ley de Dios, por lo que desobedecerla es la comisión de un pecado, ante lo que los inocentes jóvenes terminaban accediendo y aceptando algunos de los vejámenes que eran perpetrados por los religiosos que estaban a cargo de la educación de los futuros curas.
“Éramos muy jóvenes y no veíamos maldad o dobles intenciones, menos viniendo de un cura”, declara Pulgar.
A medida que pasaba el tiempo, los vejámenes se volvieron aún peores. Pasaron dos meses cuando Pulgar ingresó al Seminario Pontificio Mayor San Rafael de Valparaíso, en donde entendió que el comportamiento del padre “M” era similar al de la mayoría de los sacerdotes, quienes se hacían llamar sus mentores.
Dentro de los vejámenes, estaban los besos, tocaciones indebidas y reglas de vestimenta eran algunas de las instrucciones ordenadas por el mismo cura que tiempo atrás lo había obligado a desnudarse en una piscina.
Uno de esos curas era Gonzalo Duarte, quien en ese entonces se desempeñaba como su profesor de liturgia. En lugar de tratar temas de ética eclesiástica y los elementos que debían estar presentes a la hora de profesar la fe católica, Duarte se refería a temas como la masturbación y la homosexualidad:
“Si tienen una erección o se masturban mucho yo soy la persona indicada para hablar”
Era lo que les decía el profesor a sus alumnos, quienes shockeados intentaban no darle importancia a sus palabras. Mientrs permaneció en el seminario de Valparaíso, Pulgar fue forzado a alejarse de su madre, quien pocos meses antes se había separado oficialmente de su padre.
Sólo lo dejaban verla un par de veces al mes y al interior de una sala de vidrio, la cual era vigilada por las autoridades eclesiásticas del recinto, quienes le inculcaron que todo lo que pasaba en el seminario, debía permanecer allí.
“Mis papás eran divorciados y mi mamá se volvió a casar, así que para estos sacerdotes era un ser inferior. Además insistían en que las cosas del seminario no debían hablarse afuera. Te meten la idea de que si tú le haces daño a la Iglesia eres prácticamente el anticristo. La obediencia y la sumisión es parte importante de la formación. En ese momento uno cree que es así, que el problema es uno”, dice Pulgar en conversación con la BBC.
“Los formadores te abrazaban, te tomaban por la espalda, se llevaban a compañeros a las piezas. Si uno no quería ir o rechazabas los cariños en el cuello, se enojaban. Un día me enojé y como había estudiado karate le doblé el brazo a uno y le dije que no me molestara más. Ahí me catalogaron de violento, me mandaron al psicólogo y el trato se volvió insoportable”.
Viviendo en un infierno
Después de muchos meses de aguantar los perturbadores tratos por parte de los curas al interior del Seminario Pontificio Mayor San Rafael de Valparaíso, Pulgar tomó la decisión de renunciar y abandonar el lugar, pero no se lo permitieron. Le dijeron que no estaba autorizado, ni tenía el derecho para tomar una determinación de esas características, por lo que su única salida llegó con el ofrecimiento de ayuda de un cura que le permitió quedarse en su parroquia.
Si bien pudo abandonar el seminario, eso no lo libró de convertirse nuevamente en víctima. En los sectores cercanos del recinto en el que trabajaba, existía otra iglesia en la que vivía un sacerdote a quien había conocido mucho tiempo atrás. Pulgar lo recordaba muy bien, ya que se trataba de Humberto Enríquez, a quien mantenían encerrado en el seminario por razones desconocidas y que al darse cuenta de aquella situación, decidió llamar a sus padres.
La confianza entre ambos se consolidó, pero Enríquez comenzó a mostrar conductas repudiables en perjuicio de Mauricio, quien hoy asegura que al interior de la iglesia hay “redes de sexo, poder y drogas”. Insinuaciones sobre su iniciación sexual y sobre que todos los hombres eran homosexuales, terminaron probando que gran parte de los sacerdotes eran movilizado por perversiones que eran calladas al interior de la iglesia.
“Me preguntó por qué no dejaba que me iniciara y la verdad es que yo nunca entendí, siempre pensé que estaba bromeando. Él era muy sarcástico y decía que la heterosexualidad no existía y que todos éramos homosexuales y que había que probar”.
En cierta ocasión, el padre Enríquez le insinuó que se quedara en la parroquia durante la noche, sin embargo a Pulgar no le pareció bien, ya que la única habitación destinada para visitas estaba ocupada, sin embargo él insistió. “Pongo un colchón al lado de mi cama”, le dijo. Mauricio dijo que era mejor que durmiera en el living del recinto, ante lo que el sacerdote finalmente desistió.
Le entregó un sándwich, algo para beber y le dio las buenas noches, después de tan sólo un par de minutos, Mauricio comenzó a sentirse mal, sentía que se desmayaba. Luego, Enríquez lo llevó hasta su habitación y lo recostó en su cama, diciéndole que allí podía descansar mejor. No tiene claro cuánto tiempo pasó hasta que Mauricio se despertó con el jadeo del sacerdote, quien estaba encima de él, cometiendo el abuso.
“Yo me desvanecí y sólo me desperté al oír un jadeo. Me estaba abusando. Yo traté de mover los brazos y las piernas y no pude. Logré mover una mano, pero me la tomó, junto con la otra. Me dijo: ‘Quédate tranquilo que aquí no ha pasado nada’. Abrió un cajón lleno de plata y me dijo que ahora era de su círculo. Le dije que no quería ser de ningún círculo y me fui”, relata Mauricio entre lágrimas, pues le duele que este hecho aún esté impune.
El perdón no es suficiente
Afortunadamente, el Papa Francisco tomó la responsabilidad de enmendar y parar los vicios que han debilitado o simplemente ha dejado en ruinas a la iglesia católica en todo el mundo. El papa trata de desvincular a los acusados y a los culpables de pedofilia y abuso sexual y por eso, pedir perdón ha sido el primer paso; sin embargo, este perdón no es suficiente para las víctimas, ya que quienes son sus victimarios están en libertad y sin ser enjuiciados por aquellos delitos que destruyeron sus vidas.
Han pasado más de 10 años de haber sido abusado y Mauricio Pulgar sigue soportando el mismo dolor, ya que Enríquez se encuentra en libertad. Tras la denuncia, Enríquez fue suspendido del ejercicio de párroco; sin embargo, continúa celebrando misas en la región de Valparaíso. Lo que suena aberrante, por lo demás.
“En el caso de Mauricio Pulgar hubo una indagación canónica. Pero no había delito. Para un pecado no hace falta una investigación”, dijo Gonzalo Duarte a la BBC, obispo emérito de Valparaíso , quien también está siendo sindicado como encubridor de los abusos sexuales que se han dado dentro de la iglesia católica chilena.