Es muy importante que los padres tengan en cuenta que están educando a la madre o padre de otra persona, y a su esposa o esposo. Las mismas técnicas de disciplina que empleas con tus hijos son las mismas que probablemente ellos pongan en práctica. Si no lo sabías, la familia es un campo de entrenamiento para enseñar a los niños a manejar conflictos.
Si se defiende la violencia como método de educación infantil, se debe saber que la acción en sí sólo le enseña a los niños que está bien utilizar los golpes para obtener respeto. Los niños aprenden que cuando tienes un problema, lo resuelves con un buen golpe.
De seguro podemos encontrar a alguien que diga: “No le pego a mi hijo muy seguido o no tan duro. La mayoría de las veces le muestro mucho amor y dulzura. Una nalgada no le molestará”. Esta racionalización es válida para algunos niños, pero otros recuerdan más los golpes que las muestras de afecto. Si bien es posible que tenga una proporción de 100 abrazos contra 1 golpe en su casa, pero corres el riesgo de que tu hijo recuerde y sea más influenciado por un golpe que por los 100 abrazos, especialmente si ese golpe fue dado con enojo o injustamente, lo que pasa muy a menudo.
Aún en los hogares más amorosos, las nalgadas o palmadas dan un mensaje confuso, especialmente a un niño demasiado pequeño que no logra comprender la razón del golpe. De hecho, un abrazo después del golpe para intentar aliviar la culpa de un padre no elimina la violencia. Es probable que el niño sienta el golpe, por dentro y por fuera, mucho después del abrazo.
Gran parte de los niños puestos en esta situación se abrazan para pedir misericordia. “Si lo abrazo, papá dejará de pegarme”. Cuando se repiten las nalgadas una y otra vez, se envía un mensaje al niño, de que “es débil e indefenso”.
Maria Montessori, una de las primeras oponentes de abofetear las manos de los niños, creía que las manos de los niños son herramientas para explorar, una extensión de la curiosidad natural del niño. Golpearlos envía un poderoso mensaje negativo. Los psicólogos estudiaron a un grupo de dieciséis niños de catorce meses jugando con sus madres. Cuando un grupo de niños pequeños intentó agarrar un objeto prohibido, recibieron un azote en la mano; el otro grupo de niños pequeños no recibió castigo físico. En los estudios de seguimiento de estos niños siete meses después, se descubrió que los bebés castigados eran menos hábiles para explorar el entorno que los rodea.
Esto significa que el padre tiene menos estrategias planificadas y probadas previamente para desviar el comportamiento potencial, por lo que el niño se comporta mal, lo que requiere más azotes. A este niño no se le está enseñando a desarrollar control interno. Muchas veces hemos escuchado a los padres decir: “Mientras más azotamos, más se porta mal”.
Las palmadas empeoran la conducta de un niño, no la mejoran. Un niño golpeado se siente mal por dentro y ésto se manifiesta en su comportamiento. Cuanto más se porta mal, más le pegan y peor se siente. El círculo vicioso continúa. Queremos que el niño sepa qué hizo mal y que sienta culpa, pero que todavía crea que es una persona que tiene valor.
La mayor parte de las veces, los niños perciben el castigo como algo injusto. Existen más probable que se rebelen contra el castigo corporal que contra otras técnicas disciplinarias. Los niños no piensan racionalmente como adultos, pero sí tienen un sentido innato de justicia, aunque sus estándares no son los mismos que los de los adultos. Ésto puede evitar que el castigo funcione como esperabas y puede contribuir a un niño enojado. A menudo, el sentido de injusticia se convierte en una sensación de humillación.
Siempre un golpe termina humillando a los niños, se rebelan o se retiran. Si bien las palmadas pueden hacer que el niño tenga miedo de repetir el mal comportamiento, es más probable que el niño le tema a la persona que lo lastima.
Finalmente, se ha demostrado que los golpes como técnica disciplinaria son realmente inútiles. Así como lo lees, la violencia no funciona ni para el niño, ni para los padres, y mucho menos para la sociedad, pues no promueve el buen comportamiento, crea distancia entre padres e hijos y contribuye a una sociedad violenta.
Si los padres dependen del castigo como su principal modo de disciplina no crecen en el conocimiento de su hijo. Les impide crear mejores alternativas, lo que les ayudaría a conocer a su hijo y a construir una mejor relación. Es entonces cuando deberíamos analizar seriamente: ¿buscamos ser una guía para nuestros hijos o un verdugo que logra su obediencia a base de golpes? Piénsalo muy bien antes de perder la paciencia ante tu pequeño.