La neurocientífica Emma Byrne lleva años estudiando la relación que hay entre decir malas palabras y la salud mental, de hecho ha llegado a conclusiones bastante interesantes.
Al parecer maldecir ya no sería considerado algo totalmente malo, incluso podría liberar tensiones y aumentar la tolerancia al dolor.
El poder de las palabras
Emma comenzó a tener interés por las groserías a los ocho años, cuando por un error de pronunciación, le dijo una mala palabra a su hermano menor y su madre la castigó por ello. Ella ni siquiera sabía el significado de esa palabra en particular, sin embargo comprendió que había algunas palabras que tenían más poder que otras.
Al crecer y dedicarse a la robótica y la neurociencia, Emma publicó el libro Swering is Good for You (Maldecir es bueno para ti), en donde explica todos los beneficios que tiene decir malas palabras de vez en cuando.
Según el libro, el cuerpo y el alma se benefician al expresar nuestras emociones a través de las groserías, más aún si las acompañamos de gestos y entonaciones. Pero también señala que no siempre deben ir acompañados de agresividad u ofensas.
Emma afirma que las malas palabras son fundamentales en nuestro lenguaje y desarrollo evolutivo, ya que actúan como una válvula de presión que nos ayuda a liberar las emociones en lugar de reprimirlas. Pero eso no es todo, también aumentan nuestra productividad en situaciones de estrés, fortalecen las relaciones y alivian el dolor.
Las grosería aumentan la resistencia al dolor
De hecho las malas palabras podrían ayudarnos a la resistencia al dolor, al menos así lo afirma un estudio del doctor Richard Stephens de la Universidad de Keele, Reino Unido, en donde pidió a voluntarios que metieran su mano en agua helada y comparó la percepción del dolor y frecuencia cardíaca dependiendo si decían o no una mala palabra.
Quienes sí reaccionaron diciendo una grosería mantuvieron su mano en el agua por más tiempo que quienes no lo hacían. Este efecto hipoalgésico, disminución del dolor, podría ocurrir porque se induce una respuesta de lucha y se anula el vínculo existente entre el miedo y la percepción del dolor.
Las malas palabras ayudan a crear buenas relaciones con los demás
Algunos estudios han señalado que las personas más honestan son quienes más se expresan con groserías y que esto también podría beneficiar a crear vínculos fuertes con los interlocutores, ya que da una sensación de autenticidad.
Por otro lado también podría ser considerado como un elemento de persuasión haciendo que el discurso sea más pasional y crear un ambiente de trabajo más relajado sin afectar a productividad.
La grosería más grosera
Según un texto publicado por Emma Byrne, hay experimentos que demuestran que las primeras malas palabras que aprendemos antes de ser adolescentes son las que tienen mayores efectos al acelerar el pulso y actuar como analgésicos, influyendo también en la respuesta emocional de las personas con quienes las usamos por primera vez.
Pero todo también tiene que ver con un asunto cultural y generacional, ya que lo que era totalmente prohibido para nuestros abuelos, hoy ya no lo es tanto para nosotros. Hay algunas palabras, por ejemplo, que significan cosas malas en un país pero no en otro.
De todas formas es muy difícil determinar cual es la peor grosería que existe.
Hay quienes creen que utilizar muchas groserías en el discurso es sinónimo de tener poca cultura, pero un
En el estudio se le pidió a los participantes que enumeraran los nombres de los animales que se les ocurrieran, luego palabras que inicien con letras específicas y por último, las malas palabras que conocieran. El resultado dio a conocer que quienes lograron el mayor número de groserías también obtuvieron los mejores resultados en las primeras dos categorías, demostrando además mayor elocuencia durante la prueba.
Ya lo sabes, las malas palabras al parecer no son tan malas.