Vanessa, una rescatista de animales de Nueva York vió una tarde a una gata que se paseaba por su patio oliendo sus botes de basura y lamiendo todo lo que pareciera comida. No lo pensó dos veces y salió a darle un plato de comida y agua a la felina.
Por supuesto, la gatita desconfió, como siempre hacen los animales salvajes, pero luego se devoró todo en un segundo. Estaba hambrienta y Vanessa notó que cargaba con un bulto grande en su vientre, definitivamente estaba embarazada.
Cuando la gata terminó de comer, desapareció instantáneamente. Al otro día volvió al patio de Vanessa para pedir otro plato de comida y siguió así hasta el tercer día.
Pero ese día la gata ya no cargaba con el bulto en su vientre, es decir, ya había parido en algún lugar cercano. Vanessa sabía que las crías no estaban en las mejores condiciones para sobrevivir, pero la gata aún era arisca y debía ganarse primero su confianza para poder llegar a los cachorros.
Vanessa comenzó a alimentar a la gatita tres veces al día y de a poco fue ganando su confianza, incluso dejó que la acariciara. Y ese gesto derribó el muro que las dividía porque al día siguiente la gatita se paró frente a ella como si quisiera mostrarle algo.
Vanessa la siguió por un camino y llegaron a un rincón aislado y protegido del mal tiempo, ahí se encontraban los cachorritos, quienes ya tenían su primer pelaje.
Como Vanessa ya tenía la aprobación de la madre, utilizó sus dotes de rescatista y alejó a la gatita lejos de sus crías un momento para luego rápidamente tomarlos y llevarlos a casa.
En lugar de atacarla, la gata comprendió que sería para mejor y la siguió hasta su nuevo hogar. Dentro Vanessa ya tenía una cama preparada para ellos, cómoda y calentita.