Cuando consumimos leche, solemos obviar cómo se consigue este producto: gracias a la explotación de muchas vacas en condiciones que muchas veces pueden ser peores que las de la misma industria de la carne.
Pese a que muchos piensan que las vacas pueden dar leche sin una necesidad inmediata de alimentar a otro ser vivo, en realidad los dueños de las lecherías las mantienen dando a luz de forma constante. Pero, como no hay lugar en la industria de la leche para los terneros, estos bebés son tratados como desechos de la materia prima de sus productos.
Completamente descuidados, sin atenciones y generalmente muertos a los pocos días de nacer. Así es la vida de los terneros en la industria lechera, que cobra casi 2 millones de sus vidas al año en Nueva Zelanda (uno de los países con la industria lechera más importante del mundo).
En la naturaleza -y también en algunos ranchos respetuosos- las vacas no suelen separarse de sus terneros, que necesitan mucha leche para crecer sanos. De hecho, sus madres deberían alimentarlos entre 5 y 8 veces al día durante las primeras semanas. por ello, suelen mantenerse inseparables día y noche, hasta que el ternero cumple dos años.
Pero la vida de los terneros en las lecherías neozelandeas es completamente distinta: según los portales Safe for Animals y Farmwatch, que se dedican a potenciar prácticas respetuosas en las industrias relacionadas al consumo de productos de origen animal, los terneros son separados de sus madres apenas nacen.
En un video registrado por las fundaciones para denunciar estas injusticias, se puede ver como un ternero con apenas unos días de nacido es tomado violentamente por un hombre y echado en la parte trasera de una camioneta. La vaca intenta seguirla, pero le es imposible alcanzar al vehículo.
Además de que las vacas nunca han sido animales veloces, las heridas abiertas del parto no la ayudan a correr más rápido.
Y eso es todo: madre e hijo no volverán a verse jamás.
Su destino como terneros será siempre ser sacrificados, o en el “mejor” de los casos, serán alimentados para luego ser vendidos a la industria de la carne y terminarán siendo cortes ordinarios sobre tu mesa un domingo. Las hembras son las únicas que tienen derecho a quedarse, pues son las que reemplazarán a sus madres cuando ellas ya no le sirvan a la industria lechera.
Aquellos terneros para ser vendidos como carne no pasan por ningún sistema de selección. Es un proceso caprichoso, pues los verdugos son los mismos trabajadores de la lechería. Usualmente llevan a los terneros a algún potrero o cobertizo donde los alimentan con una solución artificial que les da una máquina.
La idea es engordarlos para asesinarlos unos meses después.
Y si no hay suficiente dinero o ánimo para criarlo hasta que se pueda vender su carne a un precio bajísimo, entonces pasará directo al matadero.
Usualmente a los terneros se les llama “Bobby Calves” en inglés (“calve” significa ternero, y “bobby” es un apodo infantil típico para que se entienda que es un animal infante). Cada año, en Nueva Zelanda se asesina a cerca de 2 millones de terneros Bobby, sin contar a los abortos inducidos a las vacas por los mismos granjeros, o a los animales asesinados fuera del matadero.
Como todos los animales pequeños, los terneros no comprenden nada de su medio y son alejados bruscamente de sus madres. Casi siempre se encuentran confundidos, desorientados, asustados y algo agresivos al momento de ser llevados al matadero. Son muy jóvenes y están sometidos a una cantidad de estrés increíble, inducido por el transporte violeto, la mala alimentación, la soledad, la separación temprana de sus madres, y el maltrato de los trabajadores de la industria.
Pero, igual que las madres humanas, las vacas -que llevan a sus crías en su interior por 9 meses- generan un lazo muy fuerte con sus terneros en los primeros años. Pero a la industria esto no le importa en lo más mínimo.
Las vacas, igual que los terneros, se deprimen y se sienten desorientadas cuando sus crías desaparecen. Esto se acentúa luego de varios años de este ciclo repitiéndose, mientras ellas entregan su leche a las industrias. Según cuentan desde Safe For Animals, no es extraño oír a las vacas mugir mientras buscan a sus hijos por semanas en los potreros de las lecherías.
Después de que la vaca ya haya sanado, los corraleros volverán a llevarlas donde el macho para que se apareen. La vaca se embaraza, pasan nueve meses y nace el ternero. El ciclo se repite.