Los que somos padres, sabemos que lo más importante para nosotros es el bienestar de nuestros hijos. Basados en es, esta pareja guatemalteca de ancianos decidió que lo mejor para el futuro de uno de sus hijos era poner a nombre de él la casa en la que ellos vivían en la localidad de San Antonio Sacatepéquez, pero nunca pensaron que ese sería el peor error de sus vidas.
Demás está decir que, con mucho esfuerzo, Miguel Ramirez y Teresa Coyoy habían logrado comprar su casa y en él vivieron toda su vida juntos, pero cuando le heredaron en vida la vivienda a su hijo, este los echó sin pensarlo dos veces.
Estos padres tienen más de 80 años, pero se vieron en la obligación de construir una casucha fabricada con madera y bolsas de basura en medio de la montaña. “Nosotros pensamos que íbamos a vivir con él, pero no fue así”, dijo don Miguel a Univisión. “Llamó a la policía”, agregó la señora Teresa.
Estas fotos muestran las condiciones en las que viven ahora.
Las fogatas son lo único que los mantiene alejados del frío, pero el calor de fuego no es suficiente, “el frío, pues, lo aguantamos”, confesó entre lágrimas don Miguel. Se han acostumbrado ya al frío cada día y ella es quien se ha llevado la peor parte, “hay ratos en los que me pongo triste”, dice tristemente Teresa. “Ver el frío, me duele mucho el frío”, dijo a punto de llorar.
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Algunas autoridades de la localidad trataron de lograr un acuerdo con los hijos de la pareja; sin embargo, no fue posible, explicó el alcalde William Fuentes.
La verdad es que los hijos no quisieron ayudarlos. Pero, el destino tenía otra sorpresa para los ancianos, ya que un hombre llamado Valentín Bautista se encontró con ellos mientras recorría la montaña y para él fue imposible ignorar la precaria situación de la pareja. Sin pensarlo dos veces, se compadeció de ellos y les cedió un pedazo de su terreno para que pudieran vivir ahí, les dio un espacio en el que pudieran cocinar, dormir y tener un baño.
Afortunadamente, pasó poco tiempo y los vecinos del lugar se organizaron para reunir fondos y poder construir un casita para Don Miguel y la señora Teresa.
“Me siento contento porque donde estaba era duro, no estaba dispuesto a pasar la vida así”, reconoció Miguel.
Como broche de oro, el hijo de la pareja se las arregló para vender la casa que era de sus padres en $8.000 dólares y desapareció de sus vidas.